
El maestro pasó sin pronunciar palabra; él vio una plateada, angosta y alta; “ Yo te sirvo
amado Maestro, vertería tu vino y estaría en tu mesa cada vez que comieras; mis
líneas son agraciadas y mis esculturas son originales, y la plata te alabaría
para siempre”.
Sin prestar atención el Maestro camino hacia la de bronce,
era superficial, con una boca ancha y brillaba como un espejo: “ Aquí.. Aquí”
grito la vasija. “Se que te seré útil, colócame en tu mesa donde todos me
vean”. “Mírame” gritó una copa de
cristal muy limpia. “Mi transparencia muestra mi contenido claramente, soy
frágil y te serviré con orgullo y se con seguridad que seré feliz de morar en
tu casa”.
Vino el maestro seguidamente hacia la vasija de madera,
sólidamente pulida y tallada: “Me puedes usar Maestro amado, pero úsame para
las frutas dulces y no para el insípido pan” Luego el Maestro miró hacia abajo
y fijó sus ojos en una vasija de barro, vacía, quebrantada
y destruida, ninguna esperanza tenía la vasija de que el Maestro la pudiera
escoger para depurarla y volverla a formar, para llenarla y usarla.
Ah,
esta es la vasija que he deseado encontrar, la restauraré y la usaré, la haré
toda mía”. “No necesito la vasija que se enorgullezca de si misma, ni la que se
luzca en el estante, ni la de boca ancha, ruidosa y superficial, ni la que
demuestre su contenido con orgullo, ni la que piensa que todo lo puede hacer
correctamente, pero si esta sencilla llena de mi fuerza y de mi poder”
Cuidadosamente el Maestro levantó la vasija de barro; la restauró y purificó y
la llenó en ese día, Le habló tiernamente diciéndole:“Tienes
mucho que hacer solamente viértete en otros como yo me he vertido en ti”.
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